Anécdotas de Don Luis Valverde o Winston Chúrchil (+)
Don Víctor Hugo Chiliquinga, conocido comerciante ibarreño puso en Mira una sucursal de su almacén “La Casa Blanca”, cuya matriz la tenía en su ciudad de origen. En una de las fiestas tradicionales que se realizan en homenaje a la Santísima Virgen de la Caridad, uno de los números fue un festival de la canción nacional.
Los organizadores habían solicitado el auspicio de Don Víctor Hugo para la entrega del primer premio al triunfador del concurso, a lo que él aceptó. Con pompa se hacía la propaganda de que el almacén “La Casa Blanca” entregaría al ganador un reloj de los más finos que tenía en su negocio; la propaganda se la efectuaba con carteles ubicados en los sitios estratégicos del pueblo y sobre todo a través de la “Radio Tricolor”. Bien; se hizo el festival y el primer lugar lo obtuvo Jorge Valverde, hijo de Don Chúrchil. Concluido el certamen se le hizo la entrega del tan publicitado premio. En verdad lucía espléndido, con su cajita de fantasía y todo.
Al otro día, el chiquillo orgulloso paseaba con sus amigos llevando en su muñeca el lindo reloj obtenido como premio; era de cuerda. Pero no pasaron ni dos horas desde que lo estaba usando cuando la máquina colapsó y no caminó más. Jorge informó a su padre de tal suceso. Chúrchil, que con su esposa atendían un local de venta de pernil que por las fiestas habían instalado en una casa esquinera del parque, cogió el tan publicitado premio, fue al almacén de Don Víctor Hugo, con quien los unía una gran amistad de años, y sin más ni más le arrojó el reloj a los pies, diciéndole que a su hijo no le pisoteaba nadie, que era un sinvergüenza que se había burlado de la inocencia de un niño y de la confianza de un pueblo noble que lo acogió en su seno como a uno de sus hijos, y otras cosas por el estilo.
Avergonzado, el comerciante sacó de una vitrina un reloj lujosísimo, de mejor calidad y disculpándose se lo extendió a Chúrchil que metiendo la mano al bolsillo de su pantalón sacó un fajo de billetes y lo colocó sobre el mostrador diciéndole “Cóbrate de ahí lo que vale esto”.
Más aturdido aún Don Víctor le pidió que lo acepte a cambio del otro que no había valido; Chúrchil que no, que se cobre, y el otro diciéndole que no se lo estaba vendiendo sino reponiendo el premio. Al fin, luego de tantos ruegos para que acepte el reloj y no haga tanto alboroto, pues numerosas eran las personas que para entonces se habían arremolinado en la puerta del almacén, Chúrchil cogió el objeto de la discusión y salió a la calle. Ahí estaba su hijo; “A ver, mijo, traiga la mano” le dijo, colocó el reloj en la muñeca del pequeño artista y sacando dos billetes de su bolsillo se los dio para que fuera a jugar con sus amigos.
Cumplido esto, se dirigió riéndose a carcajadas a su propio local. Desde luego que la amistad con Don Víctor nunca se perdió, tan solo quiso darle una lección y lo hizo a su modo.