Por: Miralba Urresta Onofre.
En este mismo instante me estoy preguntando ¿Qué es ser Madre?… y convulsiona cada molécula de mi cerebro cuando al cerrar mis ojos sumidos en el lúgubre abismo de la depresión, se plasma en un negro fondo la imagen quebradiza de una silueta amorfa, ahogada por un estruendoso gemido que estremece y abruma hasta la más infinita paz. Gemido que expulsa el dolor y con su fuerza derriba la muralla del miedo para fundirnos en el más sublime y diáfano mundo del amor maternal, es aquí donde desaparece la mujer tímida, indecisa y vacilante para dar paso a la más valiente guerrera designada por Dios para cuidar el más valioso de sus tesoros…la vida.
Cuán grande y sagrada es esa responsabilidad, que nos enmarca en un cúmulo de sentimientos y determinaciones. ¿Acaso puede existir sobre la faz de la tierra un sentimiento más noble y profundo que el amor maternal? Amor que siendo el más tierno debe convertirse en dureza, amor que siendo el más noble debe soportar los golpes más duros, amor que siendo inmortal debe entrelazarse con los sentimientos que nacen y mueren.
Amor que es infinito y que perdurará en este mundo y en el más allá, cuando el tiempo transcurra y la vida nos consuma, quedará en cada ser la esencia más pura y vivificante que introdujo en nuestro corazón aquella mujer que nos dio la vida, aquella mujer que solo es una madre terrenal y sin embargo tiene mucho de divino y lo divino es eterno, como eterno es el amor de mi Madre, no importa en dónde estés, tu amor vivirá conmigo; como las estrellas del cielo ilumina mi vida y me da la luz que guía mi camino.
Cuando la tristeza se apodera de mi mente y la nostalgia invade mi alma, mi corazón se hace eco en tu sonrisa y pinta tu rostro angelical en mi memoria, y pronuncio una oración al cielo para darle gracias a Dios por haberte escogido como mi Madre.