Pequeño ser de carita sucia, mirada inocente, sonrisa dulce y pies traviesos, esa es la imagen más usual de un niño o niña en su más tierna expresión de ternura.
Aquellos pequeños seres que viven su niñez descubriendo con sus travesuras todo aquello que su curiosidad les impulsa, se sienten felices siempre porque tienen la protección y el amor de sus padres que están ahí cuando ellos lo necesitan, su felicidad se reduce a su plato favorito, su juguete especial, su querida mascota, su camita caliente, su ropita limpia, su mejor amigo, la mano de papá o un beso de mamá. Sencillas cosas que son tan grandes para ellos como el más grande tesoro de su inocente vida y así es y así debería ser siempre.
Cómo no recordar la paz y tranquilidad, la alegría y felicidad de la niñez de muchos de nosotros en Mira, caminando pies descalzos sobre los charcos después de la lluvia, cogiendo guabas en cuadras ajenas, jugando a las bolas o a las tortas, la rayuela o perros y venados, resbalones en pencos o columpios en árboles, muñecas de trapo o coches de madera, caballitos de palo, ollitas de barro, son recuerdos dulces en tardes tibias después de la escuela, sábados de catecismo y domingos de misa, de rodillas peladas y pantalones rotos, de fiebre, sarampión, varicela o paperas, pequeñas historias, cuentos y leyendas que hacían viajar la mente muy lejos, amigos de barrio y también de escuela, amistad sincera de complicidad y encanto, de pases del niño y días de fiesta que llenaban la vida de amor y ternura siendo ahora el más dulce y bello recuerdo de los niños de ayer con deseos sinceros de dicha y felicidad para los niños de hoy, mañana y siempre.