Chúrchil era bastante colérico cuando algo o alguien hacía daño a los suyos, su familia o sus amigos; cuando esto sucedía se llenaba de indignación y explotaba de ira. El día que llevó a su último hijo, Vinicio, a bautizar en la antigua Basílica de La Dolorosa, en Ibarra. El cura ya mayorcito y cascarrabias parece que se había levantado como dicen “de mal lado” y apuró el ritual hasta el extremo. En eso estaba cuando ocurrió que el momento en que el sacerdote imponía la sal en la pequeña boquita del infante, la larga uña del dedo pulgar del de la sotana lastimó los tiernos labios, haciéndole derramar sangre sobre la pila bautismal.
Doña María, su esposa, que conocía los arrebatos de su marido, con los ojos le rogó que se contuviera; había mucha gente en el templo y Chúrchil, por respeto, se contuvo como pudo. Mas, una vez que hubo terminado la ceremonia, se plantó frente a la iglesia, en la esquina, y esperó a que saliera el sacerdote; éste abandonó el templo y se dirigía a la Casa Parroquial cuando
el iracundo mireño empezó su letanía. Con palabras bastante gruesas insultó al pobre cura que, sin atinar que más hacer, salió en precipitada carrera a guarecerse en su refugio. Descargado ya de su furia Chúrchil estalló en carcajadas y muy orondo recogió a su familia e invitados y se dirigió a la fiesta que tenía preparada para la ocasión. Demás está decir que tiempo después se disculpó con el curita y llegaron a ser buenos amigos.