En el centro de esta población existía una plaza, muy inclinada, por cierto, que era el lugar de distracción común. Al lado oriental había un muro de piedras sobrepuestas de un metro y medio de altura.

En la época de las batallas por la Independencia, Mira también fue escenario de un hecho sangriento, pues, los mireños contribuyeron en las luchas a favor del ideal de Bolívar.

Es sabido que los mercenarios traídos por Agualongo para las luchas a favor de España, en su mayoría eran gentes colombianas, particularmente de Pasto, a quienes se los conocía como “Pastusos” y se caracterizaban por su bravura, eran desalmados y constituían el terror de los pueblos por donde cruzaban saqueando y robando lo que encontraban.

Fue así como después de su derrota, veinte mercenarios llegaron a Mira con el ánimo de causar algún mal. Alertados los pobladores de la temible visita, tuvieron que armarse con garrotes, palos, machetes, piedras, herramientas de trabajo y una que otra escopeta para defenderse de las pastusos, quienes tuvieron que rendirse después de una feroz batalla.

Tomados prisioneros se comunicó al pelotón más cercano al Libertador quien envió un piquete de soldados para dar muerte a los prisioneros invasores, cuyo castigo lo merecían según el Consejo de Guerra de ese entonces.

En esta plaza, amarrados y de rodillas, con espaldas hacia el mencionado muro, estaban al frente del pelotón, esperando la hora final de ejecución.

Pero, antes de escuchar la orden final, uno de los pastusos solicitó una singular concesión. Este, alguna vez escuchó que en esta población existía y se veneraba a la Virgen de la Caridad, y solicitó que se le permitiera poner una vela a la Virgen, lo cual fue aceptado. El condenado compró la vela, se limpiaba con ésta, frotándose el cuerpo y musitando oraciones a la Virgen.

Un vecino piadoso llevó la vela a la iglesia y la depositó a los pies de la imagen, mientras en la plaza se daba el toque de clarín anunciando el momento final. El escuadrón alistó sus lanzas, los caballos tensos en medio de un silencio de tumba, esperaban lanzarse contra los pastusos y, al galope avasallador, en medio del polvo, se lanzaron al ataque. Los curiosos cerraron sus ojos en este momento fatal.

Lamentablemente el polvo provocado por la caballería se desvanecía y entonces se vio los cuerpos de los pastusos tendidos en el suelo, retorciéndose del dolor entre los estertores de la muerte.

El escuadrón, después de comprobar la muerte definitiva punzándoles con lanzas se retiró del lugar. En horas de la tarde, cuando la plaza se cubría de oscuridad, alguien miró que uno de los ajusticiados se movía y que con esfuerzo se paró y se fugó por encima del muro de piedras. Los vecinos de Mira se acercaron a ver los cadáveres y en realidad constataron que faltaba uno, y era aquél que mandó la vela a la Virgen de la Caridad.

Al día siguiente, cuando los cuerpos empezaban a despedir malos olores, sin que haya persona alguna que cabe las sepulturas, resolvieron llevar los cadáveres y arrojarlos en una quebrada profunda al sur de la población, (curva de los Ramos) a la que la denominaron quebrada de los pastusos.

Así se cerró una jornada más en pos de la libertad de nuestra Patria y es un milagro más atribuido a la Virgen de la Caridad.

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