El emblemático personaje de la historia mireña, Don Octaviano Navarrete, nació en el pueblo de Mira, mucho antes de su cantonización, un 25 de Diciembre de 1909. Su madre fue doña Carmen Navarrete, quien se llevó a la tumba el secreto de la paternidad de su único hijo varón. Nadie supo las razones de por qué se lo ocultó, ni siquiera el mismo Don Octaviano logró descifrar este enigma. Esta es la razón por la que usó únicamente el apellido materno.
Su niñez y adolescencia fueron duras, tanto como la de vuestros antepasados, que hacían del trabajo una religión para poder subsistir. Pobre y necesitado creció junto con su tío Don Luciano Navarrete, el cual le habría servido como figura paterna. Las dificultades y los golpes de la vida, fueron tallando su carácter fuerte, indoblegable y tesonero. Avanzó apenas hasta el tercer grado de primaria, el destino así lo quiso. La agricultura y la construcción de caminos eran las actividades que ocupaban a la juventud de ese entonces. Trabajó hombro a hombro hasta sus 17 años junto a otros personajes que también marcaron hitos en la historia de Mira.
Despechados de la pobreza que los embargaba, él y un grupo de ciudadanos dan un vuelco a sus vidas y deciden engrosar las filas del Ejército Ecuatoriano. No tuvieron impedimentos para el ingreso por el solo hecho de ser valientes carchenses. Empezando como soldado raso habría adquirido disciplina y sentido de responsabilidad. Gracias a eso descubre su interés y amor insaciable hacia los libros y el estudio, lo que le da la convicción y consigna permanente de que el conocimiento es el poder. Nunca olvidó su falta de preparación, por lo que con la remuneración de la milicia pagó los mejores profesores privados para que le instruyeran en todas las ramas del conocimiento. Adquirió entonces, un nivel académico – cultural tan alto que podía debatir sobre cualquier tema y con cualquier persona, por más ilustrada que esta fuere.
1941, un año difícil para el Ecuador. Las diferencias políticas entre nuestro País y el Perú terminaron en el campo de batalla en una confrontación desigual. Don Octaviano Navarrete sirvió a la patria valiéntemente hasta las últimas consecuencias en el Batallón Oriente en Nuevo Rocafuerte. Al borde de la muerte y perdido alrededor de 15 días fue rescatado y devuelto a las filas amigas. Esto más tarde le sería reconocido por el estado y el gobierno de ese entonces, ascendiéndolo por mérito de guerra al grado inmediato superior.
Habiendo cumplido con su deber, decide retirarse en el año de 1942 y desde ese entonces practicó muchos oficios para ganarse la vida, demostrando que cualquier trabajo honrado ennoblece al hombre. En este fragmento otoñal de su vida, cuando tenía 36 años, conoce en Ibarra a una dulce doncella de 18 años apenas. Se prendó de la belleza de Bertha Dávila Navarrete y se casó con ella.
La diferencia de edad ocasionó que esta relación sea algo tormentosa, pero entre trueno y trueno engendraron 8 hijos: Guadalupe, Juan Ramón, Jairo, Cecilia, Uvita, Narcisa, Mauricio y Mercedes. Los cuatro primeros nacieron en Ibarra, luego, por cosas del destino, su vida continuaría nuevamente en su amado pueblo natal.
Combinando su trabajo con el deseo ferviente de ver a su pueblo superarse, formó parte activa de todo movimiento a favor del desarrollo cultural, económico y social apoyando la creación de establecimientos educativos importantes en la historia de esta noble ciudad, tales como los colegios “León Ruales” y “Carlos Martínez Acosta”. Integró la Junta Cívica, la cual fue la precursora de la lucha para la dura tarea de cantonizar al pueblo. Lucha que finalizó con éxito ya que se alcanzó la meta de ver a Mira convertida en una pujante ciudad, cabecera del cantón que llevaría el mismo nombre. Siempre colaborador en las mingas, en los trabajos vecinales, en las labores de las escuelas, en los programas festivos, le dio un lugar importante en los momentos recordados del desarrollo de su pueblo.
Gracias a su singular sentido del humor, las anécdotas no faltaron en su vida. Innumerables y cautivadoras historias se generaron en torno a él y fueron las causantes de una excelente relación con la juventud mireña. Como olvidar las asombrosas plantas de fósforos de cabeza roja y azul, que cultivaba en La Habana, su huerta de Huyamá. Engañaba a la gente simulando preocupación por si iba a llover ya que eso echaría a perder la cosecha de las cajas de fósforos.
En las noches, no faltaba al “Mentidero”, lugar en donde se reunían los mayores para contar sus chistes y anécdotas y tratar temas de interés relacionados con la ciudad. No podía dejar de hablar de sus compañeros de trabajo, sus burros: Sandokán, Correo y Flota, los cuales le acompañaban en sus aventuras cotidianas. Su frase favorita era: “…yo si le creo… porque yo también soy mentiroso”.
En su vida se ganó muchos apodos, entre los cuales se identificaba como Don Carillucho por mostrar siempre su rostro bien afeitado, Don Fidel por tener un terreno llamado La Habana, o como Don hielo por su blanca cabellera en el ocaso de su vida.
En mayo del 2001, y con sus cinco sentidos, junto a la mayoría de sus hijos, a la edad de 94 años fallece en la ciudad de Ibarra, contando chistes hasta el final y con la sonrisa en los labios.
En la cabecera de su cama, en su anillo, en su reloj, y en otras pertenencias siempre había la inscripción MON, que determinaba la existencia de tan honorable personaje, Don Manuel Octaviano Navarrete.
Biografía proporcionada por sus Hijos