Colaboración del Arq. Edgar Padilla Ulloa

Me refiero a esos tiempos en los cuales en Mira, un “pueblito” pequeño, con sus calles quebradas y polvorientas debido a la permanente erosión producida por los veranos inclementes y las lluvias torrenciales que en verano e invierno respectivamente, hacían de ellas, su cauce natural de destrucción y angustia, dejándolas luego de los vendavales de agua o de viento, como esqueléticos cadáveres y calaveras de cangagua, que daban la impresión de esos niños que recibieron un castigo y sollozan con las últimas lágrimas que les queda, luego de haber llorado profusamente.

En esos tiempos, contábamos aproximadamente con unos juveniles dieciocho años, y estábamos como se dice en “la flor de la vida”. Era verdad, porque lo que realizábamos en ese tiempo, era de lo más agradable, ya que uníamos a la juventud, el ímpetu por ser mejores en todo y la habilidad (capacidad) intelectual y afectiva que teníamos en una u otra actividad cultural, deportiva o social, convirtiendo a nuestro “terruño”, en una cantera de artistas, deportistas, poetas y locos, que sobresalían siempre dentro y fuera del balcón de los Andes.

Para sistematizar algo de lo que quiero recordarles, comenzaré analizando por ejemplo lo importantes que éramos, jóvenes y medianamente maduros, para el deporte, especialmente para el fútbol, “pasión de multitudes” como dicen los locutores de radio. éramos tan buenos, que triunfábamos ante equipo rival que nos pusieran por delante. Pasaron por nuestros pies, equipos, comenzando por los más cercanos, de San isidro, El ángel, que para aquella época era la capital de nuestro cantón (Espejo), San Gabriel, Bolívar, Tulcán, San Vicente de Pusir, para hablar de la provincia del Carchi. Ibarra, Pimampiro, Tumbabiro, Otavalo, San Antonio de Ibarra (donde jugaba el famoso entrenador Carlitos Sevilla y tierra del Jorge Rivadeneira, profesor que luego juró la bandera mireña), San Blas, y varios anejos de gente negra como Chalguayaco. Y aquí me detengo para contarles una anécdota:

En un partido de esos, en Chalguayaco, precisamente, comenzó el encuentro “amistoso” de fútbol entre el Club Deportivo “Mira” y un representativo de esa tierra caliente. En la cancha, de arco a arco, atravesaba la carretera panamericana Ibarra – Tulcán, que era empedrada. Imagínense queridos lectores, los futbolistas con zapatos deportivos de “pupos”, que en ese entonces los confeccionaban uniendo pedazos de suela a manera de una pirámide invertida con un clavo en el centro. Era un verdadero tormento correr con el balón y dominarlo en medio del empedrado. Los contrincantes no tenían ningún problema, porque no utilizaban zapatos y pateaban los benditos futbolistas con tal fuerza, que daba envidia, pues, estaban tan enseñados a esa cancha que cada “puntapié” que daban, llegaba casi siempre con peligro al arco contrario.

Pues bien, el problema no era jugar al fútbol, sino que, cuando pasaba un vehículo, generalmente la Flota Imbabura, lleno de pasajeros hasta en la parrilla, por la carretera (léase cancha), el árbitro, pitaba fuertemente para que el juego se suspenda hasta que el bólido haga su recorrido triunfal por media cancha, generando a la vez, una polvareda del demonio que hacía toser a todos, para lo cual, los anfitriones se habían ingeniado una agradable forma de solucionar el problema: pues, una vez paralizado el partido, un compañero negrito a manera de “juez de aguas” del cuarenta, salía corriendo del sitio de los “suplentes” con una botella de aguardiente “puntas” que nos brindaba a todos los futbolistas para que pase el polvo de la garganta. Este brindis era especialmente para nosotros los “forasteros”, quienes, luego de tres pasadas de carros por media cancha, estábamos ya en la última chuma y con una carga de goles a cuestas. Terminado el partido, los abrazos las manifestaciones de cariño y de agradecimiento por haber aceptado la “invitación”, convertían a la cancha, en un escenario de una fiesta terminal de pueblo, con borrachos incluida.

El epílogo de este famoso partido, era la invitación al almuerzo, que consistía generalmente en una agradable sopa de fideo, acompañado con un segundo plato compuesto de arroz, fréjol (lo que la tierra da) y un pedazo de carne, para concluir con un “aguado” de limón o de naranja y de vez en cuando, una copita de “puntas” para alegrar la vida. El retorno era agradable, ya que todos dormíamos a pierna suelta y solamente nos despertamos a las once de la noche en nuestra querida tierrita, luego de haber disputado un partidazo, en plena carretera.

Retomando el asunto de las invitaciones y siguiendo el orden geográfico del tema, llegamos a Otavalo, Cayambe, en donde se practicaba y se practica un fútbol de primera clase, Quito y por último, Amaguaña, población de excelentes futbolistas y amigos. En todas estas localidades, hacíamos gala de un fútbol de categoría, que en la mayoría de casos, triunfábamos y dejábamos una imagen grande de Mira y cuando la adversidad nos asechaba en el partido, perdíamos con mucha dignidad, luego de haber dejado “hasta la última gota de sudor en las canchas”.

Los partidos se los pactaba de “ida y vuelta”, es decir, por referencia de algún amigo o familiar, se contactaba el “encuentro de fútbol”, pero, como una muestra de cortesía, había el compromiso de “devolver” la visita luego de un tiempo prudencial, que era la necesaria para recuperarse de los golpes recibidos y para recoger algún dinero para poner la cuota de alquiler del transporte que nos llevaría a cumplir el compromiso. Cuando no había plata, no quedaba más que utilizar el patriotismo de los dueños de camiones de trasporte de carga (cereales, papas y otros productos vegetales) quienes por solidaridad con el deporte se prestaban gratuitamente para hacerlo. Cabe mencionar los nombres de Don Rigoberto Lara, Antonio Mafla, Miguel “pipón” Mafla (qepd) y el Miguelito Palacios, quienes siempre nos daban la mano para llevarnos, aunque encima de los costales de papas, pero ahí le dábamos. Y aquí otra pequeña historia:

Teníamos un compromiso futbolístico con el Deportivo Espejo, en la ciudad de El ángel. No se olvide el lector que no sé porqué razón, había una encarnizada rivalidad no solamente deportiva, sino política, social, económica y de toda índole, entre Mira y la capital del cantón que para ese entonces era El ángel y esa rivalidad se reflejaba especialmente en el fútbol, “pasión de multitudes” ya que en la mayoría de las veces, triunfábamos y así se acrecentaba el enojo inclusive de los rivales.

Como era de costumbre, y especialmente tratándose de un rival de siempre, todos nos concentramos la noche anterior para ir en perfectas condiciones a cumplir dicho compromiso deportivo en la gélida ciudad capital de Espejo. El problema radicaba en que no teníamos plata (como casi siempre nos sucedía) para alquilar un vehículo expreso para el efecto y recurrimos al Señor Miguel Palacios, de quien nos habíamos informado que debía transportar una carga de maíz a Tulcán y que era la oportunidad para viajar a jugar fútbol. Debía hacerlo a las tres de la mañana y todos debíamos estar cumplidamente a las dos y media en el parque para embarcarnos en esta aventura. Así sucedió. Tres personas, en las que me incluí como presidente del club, el vicepresidente (Raúl Medina qddg) y el tesorero (Nelson Rubio) nos acomodamos en la cabina y el resto de muchachos debieron resignadamente treparse al cajón del camión y ubicarse cómodamente cuan largos eran, sobre los costales de maíz.

El cajón de madera de dicho camión, estaba bien protegido por una carpa de lona que recubría totalmente la carga, de tal manera que conformaba una cámara cerrada herméticamente “perfecta” para viajar plácidamente “dormidos” sobre los costales de maíz. Así lo hicieron los compañeros deportistas, utilizando como almohadas las “maletas” en las cuales portaban los zapatos de fútbol, camiseta, medias y pantaloneta, insumos básicos cuando se trataba de practicar este bello deporte.

Comenzó el viaje a las cuatro de la mañana. Todos contentos hasta salir, pero después de pocos minutos, totalmente silenciosos porque el sueño nos invadía, tanto por la hora del viaje, como porque casi siempre, por la emoción, no se podía dormir antes de un partido. Pues la mala noche era terrible. Mientras trepaba el vehiculo muy despacio por la empinada carretera que conducía hacia las alturas de El ángel, todos nos habíamos entregado en los brazos de Morfeo.

Después de dos horas de viaje, llegamos a nuestro destino: El ángel, la tierra más fría que personalmente conozco. Eran las cinco de la mañana. Todo era oscuro y una pertinaz llovizna, nos recordaba al increíble señor de las nieves, pero bueno, habíamos llegado a nuestro destino. Los de la cabina, nos bajamos tratando de ser entusiastas con el resto.

Nelson Rubio, con un espíritu de entusiasmo, animaba a los futbolistas del cajón para que “bajen”, ya que habíamos llegado al final del viaje previsto, pero no obtenía respuesta alguna. Siguió animándoles, pero nada. Fue Raúl y nada, fui yo y nada. Creíamos que estaban dormidos profundamente y esa era la razón para la demora en despertarse, pero no. Lo que había sucedido era que la “cámara” conformada por la carpa de lona, había encerrado los gases de monóxido de carbono, producto de la combustión del camión y todos estaban no solamente medio dormidos, sino medio muertos por la inhalación de esos gases, que gracias a Dios no produjo decesos, porque de alguna manera se había ventilado la cámara a través de las uniones de la carpa de lona.

Uno a uno fueron despertándose los angelitos, en un espectáculo deplorable, ya que unos vomitaban al bajarse, otros ya lo habían hecho sin percatarse del asunto dentro del camión y el mareo era la constante de dicho escenario. Nadie sabía lo que pasaba. Lo peor de todo, era que a las diez de la mañana jugábamos fútbol con nuestro eterno rival y en ese estado calamitoso, nos habíamos resignado a hacerlo por dignidad aunque nos golearan.

Pasado el susto, como siempre, lo tomamos por el lado amable. Reaccionaron poco a poco hasta que amaneció y en la esquina del parque, tomamos un café hirviendo que vendía un señor, completando nuestra curación con los consabidos chistes de Gonzalo Muñoz, y poniéndonos en forma todos para cumplir con el compromiso pactado.

En esa ocasión, perdimos por la cuenta de tres a dos y volvimos por la tarde a nuestro querido terruño en el mismo camión de Miguelito Palacios que regresaba vacío de Tulcán a las cuatro de la tarde, pero ahí sí, sin carpa y bien despiertos.

Esa era la vida de los jóvenes en Mira. El deporte nos hermanaba y generaba un espacio de distracción sana para la gente. Tanto llegamos a jugar y tan bien, que éramos los mimados de la gente (especialmente de las pollitas guapas que había en el pueblo). Llegamos inclusive a fijar una entrada cuando había partidos los domingos. Esta costaba al comienzo un sucre, luego dos, y creo que llegamos a cobrar tres sucres cuando los rivales eran “de lejos”, como cuando fueron a jugar los de Amaguaña, un partido inolvidable que lo recordaremos siempre por la calida de jugadas dignas de equipos profesionales.

Pues bien, los partidos en Mira constituían una verdadera fiesta no solamente para quienes gustábamos de este deporte, sino para toda la población, ya que el rito era completo, pues a la mañana era la llegada del equipo rival, luego el emocionante juego que lo desarrollábamos con mucha hombría de bien, la invitación al almuercito a los forasteros y por la tarde, el infaltable baile, con la presencia de las “damitas de la localidad” que daban brillo y alegría a la fiesta.

A propósito de esta última parte, quiero contarles que el baile se lo hacía a través de una organización impecable, pues, en el club, organizábamos comisiones entre todos los integrantes, para ir de casa en casa donde conocíamos la existencia de una damita, desde las dos de la tarde más o menos, bien trajeaditos y bien peinados, a “solicitar” a sus padres, el “permiso” correspondiente para que la susodicha “damita”, asista al evento, así sea con el hermano menor como cuidador, pero asista al fin a la fiesta, comprometiéndonos formalmente, entregarla a su mamacita “sana y salva” en persona. Así lo hacíamos y pasábamos lindo. Ahora les cuento otra:

Alguna vez, cuando fungía las veces de presidente del Club Deportivo Mira, llegó a Mira un negrito colombiano, flaco, mal trajeado, ojeroso, hambriento y sin un centavo en el bolsillo, que se presentó como futbolista profesional (en desgracia) que deseaba prestar su colaboración como “entrenador” o como futbolista “contratado”, ya que era el mismo el dueño del pase.

No sabíamos qué hacer. Conversamos del asunto con todos los amigos del club y decidimos probar suerte, para lo cual le invitamos al negrito, luego de darle un suculento potaje que se lo sirvió en cinco minutos, a un entrenamiento en la tarde, porque de paso les comento que entrenábamos “impajaritablemente” todas las tardes en esa cangaguosa pero querida cancha del estadio Galo Plaza Lasso. Se presentó puntualmente en el estadio en traje de deportes y zapatos de fútbol (que seguramente Guillermo Bastidas, alias el Barbas le proporcionó en préstamo). La expectativa era grande para todos: ¿Quién será? ¿Qué tal jugará el fútbol? ¿Cómo así llegó a Mira? ¿De dónde procedería? etc. etc. etc.

Todas las dudas se despejaron luego de cinco minutos de verle jugando. Era un verdadero crack para este deporte. Unos toques, unos pases, unas paradas, un dribling endiablado, una alegría para jugar al fútbol que daba gusto.

Terminado el entrenamiento, todos estábamos muy contentos con la nueva adquisición. Lo único que no sabíamos era el costo. ¿Cuánto valdrá el pase? Le invitamos para que se asome en la noche al local del club, que si no me equivoco estaba situado en la casa de Guillermo Bastidas o Raúl Medina. Así sucedió. Puntualmente estuvimos allí para conversar y él, nos refirió con recortes de prensa y revistas en mano, que verdaderamente se trataba de un futbolista profesional de primera categoría en el fútbol colombiano. Me parece que el apellido era Escobar, su nombre no lo recuerdo. Se ofreció como entrenador del equipo y convinimos que la paga sería en primera instancia la alimentación diaria y un sitio para dormir. Con eso se conformaba.

Luego de una larga conversación que nos emocionó a todos, cerramos el trato. Guillermo y todos en general, se ofrecieron para “acomodarle” en un cuartito adyacente a la “sala de sesiones” del club, que antes servía para ubicar la cancha de ping pong, una “camita” para que duerma y en “turno” le proporcionaríamos la alimentación diaria, desde el desayuno hasta la merienda. Lo cierto era que teníamos a un buen entrenador y ahora sí, sistematizaríamos nuestro fútbol y nos convertiríamos, como en efecto ocurrió, en un cuadro invencible.

Pasada la emoción y luego de unos días de trabajo, cuyos frutos inmediatamente se observaban, alguien había descubierto por propia confesión de Escobar, que tenía la habilidad para elaborar cocadas, que son esos dulces muy apetecibles, propios de Esmeraldas. Pues bien, pusimos una cuota como “fondo semilla” para que nuestro “entrenador”, que ahora sí ya se le veía rellenito y alegre por la buena y variada alimentación que se le servía diariamente a través de todos los que conformábamos el club, a fin de que adquiera los insumos o la materia prima para elaborar las cocadas. Así sucedió. De Ibarra se le trajeron los cocos y el dulce y el local del club, se convirtió en una fábrica de dulces exquisitos: las cocadas del negro Escobar.

Poco a poco fue abriéndose mercado, especialmente entre los niños y niñas de las escuelas “Rafael Arellano” y “Policarpa Salavarrieta”, respectivamente, amén de todos nosotros que hicimos “vicio” de las cocadas, ya que eran muy deliciosas. Antes del entrenamiento, nos deleitábamos con el “alimento de los dioses”, como él las llamaba. Fue tan bueno el negocio que ya no teníamos necesidad de llevarle la comida, sino que ya se la pagaba personalmente. Además, había reunido el dinero suficiente para “recuperar” sus maletas llenas de ropa muy fina que había dejado “en prenda”, en algún lugar, por deudas que había contraído.

Un buen día apareció muy bien trajeado, con ropa y zapatos de “marca”, seguramente adquirida en sus tiempos de éxito futbolístico y económico y el negocio prosperó, saliendo los linderos de Mira, pues vendía en San isidro y El ángel, en donde un buen día, había conversado con el presidente de la Liga Cantonal de Espejo, quien le había convencido para que trabaje con ellos, fijándole un sueldo. Pasó con nosotros aproximadamente un año como entrenador y luego se trasladó a la ciudad de El ángel y de allí no he sabido de él hasta la presente fecha. Lo que si es cierto, es que nos convirtió en un equipo invencible, pues los entrenamientos eran muy exigentes, con gimnasia incluida, tácticas y técnicas del fútbol que causaban la envidia y la admiración de propios y extraños. Esta constituye otra etapa interesante en el desarrollo deportivo de Mira.

Por eso repito: !Que tiempos aquellos!

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