Son tus huellas, Padre mío, las que sigo…

Autor: Ángel Castillo Rueda 

Los días y las noches, ellos siempre alertas. Uno de sus mayores valores: cuidar su pequeña tribu, su familia, como esos leones que en la selva jamás permiten que nadie ose atacar, a su manada.

Nadie niega que algunos han dejado muy mal parada su primigenia misión y la han degradado, y eso, ese mal predicamento de aquellos hombres, ha permitido relievar y poner muy en alto la tremenda decisión de esas mujeres que no tuvieron el soporte de su esposo, padre de sus hijos, compañero de cama y de camino, que le hizo una dama con su calor y presencia y luego la abandonó. Pero, son la excepción, porque la gran mayoría, añoramos y valoramos por siempre las sentencias determinantes de un padre; esa última y definitiva palabra que te señala si o si el sendero y no por simple y pura imposición “del más fuerte”, sino por la fuerza incontrastable de la verdad contenida en su mensaje. Será la naturaleza misma que ya puso la sabiduría en su accionar, porque los hay desde los más instruidos hasta los no tanto, que actúan con la misma y similar determinación, convicción y fe en su misión sagrada.

Padre, sinónimo de superación de las dificultades, de esfuerzo sin demoras, de constancia en la consecución de nobles metas e ideales para su prole. Padre, inmenso corazón que abraza, contiene y consuela los sinsabores de la vida de cada uno de sus seres queridos. Padre, ser superior que sin dejar notar su propio pesar, da fuerza, motiva, empuja y jalona la carreta, a veces pesada, a veces a cuestas, de su linaje; para verlo coronar, sin mancha, la colina de la vida. Y no es que sean santos, sino simplemente hombres llenos de humanidad compartiendo su vida y vivencias, para que los que seguimos, nos equivoquemos menos.

Recuerdo con infinita nostalgia las definitivas y ejemplares actitudes de mi padre frente a la política, a la religión, a la ética, al trabajo, al respeto a sí mismo y a los demás…Lecciones dictadas con el vivo ejemplo de la cotidiana vida, única, verdadera y valedera pedagogía, más allá de la demagogia de un discurso moral con prácticas contrarias. Recuerdo a los amigos y compañeros de mi padre del querido Mira, tantos “viejos lindos” de mi niñez y juventud que trazaron huellas también en mi alma, con sus consejos, con sus enseñanzas y porque no, con sus reclamos y señalamientos, porque antes todos educaban.

Ahora ya en la madurez de mi vida, padre y abuelo, me sumerjo de cuando en cuando en esas lecciones siempre vivas, a pesar de la lejanía, para equivocarme menos a la hora de cumplir, es mi turno, como Padre, ejemplo y modelo de dignidad, de dureza sin perder la ternura, para no sucumbir frente a la fragilidad de una sociedad de consumo, que nos consume hasta los valores más sagrados, como el de la paternidad responsable.

Mi respeto y saludo en su día, a todos los padres, hombres de mucha fe, que no quiebran, ni se amedrentan y día a día y con la frente en alto dicen: ¡siempre presente!.

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