Autor: Lic. Arnaldo Reyes
Recordar es volver a vivir, por ello es muy importante dar a conocer nuestras costumbres, muchas de ellas desde tiempos antiguos; es decir, anteriores a la conquista y colonización de los españoles.
Esta conmemoración de los Finados, comenzaba con la Novena dedicada a las Benditas Almas del Purgatorio, que desde luego está representado en un grande y hermoso cuadro pintado por la Escuela Quiteña, cuyo autor es Luis Villacís, es un verdadero tesoro que se conserva hasta la actualidad en buenas condiciones
Esta novena se celebraba en el templo de la localidad con mucha devoción donde los pobladores rezaban y cantaban. El coro de “cantoras” interpretaban una canción religiosa muy triste, que hacía verter una lágrima de dolor, hasta el corazón más duro, el coro cantaba, así:
“Vengan todos aliviemos
a nuestros padres y hermanos
de ese fuego y de esas penas,
de esos terribles tormentos.
II
¡Hay hermano!
si tú supieras las penas
que yo padezco.
A si fueses mi enemigo,
me dieras algún alivio.”
Además, de la novena indicada en tiempos pasados había una persona llamado “animero”, una especie de voceador. Aquel, era un hombre muy católico que voluntariamente realizaba esta especie de ritual, por muchos años. Vestía una túnica de color blanco que sujetaba al cuerpo con un cordón muy blanco labrado con varios nudos, cual cordón de San Francisco. Llevaba una campañilla que la tañía con tres campanillazos, y luego gritaba en alta voz y en tono lastimero: “Por el amor de Dios…un Padrenuestro y una Avemaría por las Benditas Animas del Purgatorio… Por el amor de Dios… Todo aquello, con un tono muy triste que hacía brotar lágrimas de pesar.
Su recorrido era a sitios lejanos y por la noche, la ruta era la siguiente: primero iba al cementerio del pueblo a orar; luego, seguía gritando por las calles del pueblo. Posteriormente, se trasladaba a los diferentes sitios donde habían cruces, cual testigos, de que allí habían fallecido por algún accidente ciertas personas. Por citar, el sector de Quebrada Honda, la Portada, La Chimba y otros lugares.
Otra fase de la celebración de los Finados era la costumbre, que faltando unos ocho o quince días para esta celebración, iban las personas a los distantes molinos hidráulicos, a hacer moler el trigo que habían “chulado” en las extensas haciendas circundantes. Preparaban el trigo y el maíz para luego ir a convertirlos en harina en los molinos de San Isidro y El Ángel, y por cierto, estas grandes distancias las recorrían a pie. Los granos eran transportados a lomo de burros.
Se cuenta, que aquello era una verdadera “odisea”, ya que debían esperar que les toque el turno, hasta tres o cuatro días. Se narra que en aquellos tiempos llovía torrencialmente y que los caminos eran verdaderos “chaquiñanes” llenos de fango.
En tiempos muy remotos los granos se molían en una piedra grande acanalada, se colocaba un tanto de grano, y con una piedra pequeña, manualmente se trituraban los granos hasta convertirlos en harina. ¡Qué tiempos aquellos! Tan difíciles.
Faltando unos cuatro días para el Día de Difuntos, se preparaba el delicioso champús, que era una colada de maíz blanco, ya preparada en “acedo” anteriormente, luego, se lo cocinaba en grandes pailas de bronce con muchas hierbas aromáticas. Posteriormente, ya frío se lo depositaba en grandes ollas de barro, llamados “pondos”, en un rincón de la casa donde se conservaba muy fresco, la boca del pondo era cubierta con un mantel muy aseado de color blanco. El momento de servir este regio potaje, el champús, se lo preparaba con otros ingredientes, como: mote blanco bien cocido y reventado, miel de panela fría; la misma que era cocida con muchas especias finas muy aromáticas.
Luego de aquello, se realizaban los preparativos para fabricar el delicioso pan de finados. Dicho pan era muy especial por sus ingredientes, hasta las más pobres, se dice, que ahorraban para esta fecha hacer un exquisito pan.
Este sabroso pan consistía en una variedad de sabores y figuras, como por ejemplo se hacían panes en figura, de: borrego, guaguas, palomitas, roscas y otras figuras; como, empanadas, buñuelos. Los borregos eran para los varones, y las guaguas para las mujeres. Además, existía la bonita costumbre de intercambiar estas delicias con los familiares y los vecinos. Costumbre que ciertas familias aún conservan.
RECORRER ÁNGELES
Otra costumbre de esta conmemoración, era la de los jóvenes mireños que le llamaban ”recorrer ángeles”; en la noche y madrugada casi Vísperas de Finados, estos jóvenes se reunían en grupos de amigos y salían a recorrer ángeles como ellos lo llamaban. Aquello consistía en una especie de serenata que daban en las casas donde había señoritas, y que a esa hora de la noche estaban elaborando el pan de finados. Cantaban unas tres canciones y luego golpeaban la puerta, cuando alguien salía a contestar esta llamada, los jóvenes entraban a brindar licor a todas las personas que estaban elaborando el pan de Finados.
A cambio de esta “visita”, los dueños de la casa brindaban el exquisito pan caliente, en ciertos casos con una taza de champús. Esta sana costumbre desapareció más o menos por los años cuarenta y ocho aproximadamente.
EL PASEO A RECOGER CHUROS PARA LA COMIDA DE FINADOS
Los jóvenes se organizaban en grupos mixtos para ir a esta especie de paseo colectivo a recoger los churos (caracolillos) que aparecían en aquella temporada, en los matorrales de mosquera o chilca en el sitio El Campanario en San Marcos de la Portada o en Pueblo Viejo.
Aquellos churos eran preparados muy bien y luego cocinados, en una forma especial, servían como complemento de una sabrosa mazamorra, hoy llamada crema de arvejas o habas muy bien aliñada por cierto. Luego de esta sopa se servía el delicioso cuy con papas, y finalmente una taza de champús.
El Día de Difuntos, o Finados como se lo conocía, la gente desde la madrugada se trasladaba al cementerio a limpiar las tumbas de sus difuntos, y adornarlos con cruces, coronas, flores, tarjetas. Las personas de medianas posibilidades enterraban a sus difuntos en bóvedas. Habían dos sectores de bóvedas, la de “Acción Católica”, y la “Sociedad San José”. En cambio, la gente pobre sepultaba a sus difuntos en el suelo y arrumaba un poco de tierra y se colocaba una cruz, lo cual a la distancia parecía “un jardín de cruces” con sus brazos abiertos.
El día de Finados, a las nueve de la mañana se celebraba una misa campal en el cementerio, donde todos los fieles oraban en sano recogimiento; luego, el sacerdote de turno y el maestro de capilla eran muy solicitados para dar los “responsos” a los difuntos en cada una de las tumbas. Con dichas ceremonias finalizaban los llamados Finados en Mira.
Nuestro agradecimiento al Lic. Arnaldo Reyes por compartir y recordarnos a todos los mireños nuestras tradiciones.