ValverdelbTodos los pueblos del mundo tienen en su proceso de identidad una serie de factores que concurren para su constitución. Desde luego, entre esos factores encontramos su ubicación geográfica y climática, sus fundamentos históricos, etc., pero básicamente el ser humano y sus acciones frente a las exigencias del medio y a sus propias exigencias internas.

Hay hombres que pese a no haber tenido, por diversas circunstancias, una educación de la llamada “formal o sistemática”, se han educado gracias a que han recibido enseñanzas de la vida misma.

Así, estos hombres son los que se comprometen para consigo mismos y con la sociedad de la que forman parte para aprender y reaprender continuamente de y por ella, para fortalecer sus propias potencialidades integrales en tanto ser humano y convertirse en un ente reflexivo y crítico frente a los valores de la sociedad.

Esto ocurre, como hemos dicho, en todos los pueblos del mundo. Mira no podía quedarse fuera de esto y a lo largo de su historia ha tenido personajes que, de una u otra forma, han coadyuvado para la conformación de su identidad.

En el Balcón de Los Andes, el hogar conformado por Don Segundo Arsenio Valverde Paredes y Doña Teresa de Jesús Herrería procreó ocho hijos: Julio, José Elías, Segundo, Carmen, Juan Miguel, Jorge, Luis Alfonso y Luis Alfredo Valverde Herrería. Del séptimo, que viera la luz primera el 12 de septiembre de 1926, al que bautizaron con el nombre de Luis Alfonso y que más tarde sería más conocido por su sobrenombre de “Winston Chúrchil” que por su nombre de pila, nos ocuparemos en las siguientes líneas.

Matriculado por sus padres en la escuela “Rafael Arellano”, Luis pronto se hizo notar por su incansable sed de saber y conocer los misterios del universo; era, a decir de algunos de sus compañeros de aula que aún sobreviven, un buen estudiante; inquisitivo y frontal, no temía desafiar la ira de sus maestros al salirse del dogmatismo con que en ese entonces se educaba. Lamentablemente la situación económica de sus padres no les permitió completar la instrucción primaria del pequeño, por lo que terminando el cuarto grado se vio forzado a trabajar con ellos y abandonar la escuela.

Era de esperarse que un espíritu nacido para el cultivo de los más elevados dones del intelecto y la preparación académica, una mente abierta para el conocimiento de los misterios del mundo y de las ciencias, había de sentirse frustrado en sus, más que aspiraciones, necesidades. Pronto el niño comprendió que la vida a la que le estaba destinando la pobreza de sus padres no era para él, y sintió que el ambiente de su familia y el pueblo lo ahogaban.

El pequeño Luis quería recorrer mundo, aprender de la vida, pero experimentándola por él mismo, soñaba con conocer otras tierras, otras gentes, otras formas de vida. Aspiraba respirar otros aires, ver nuevos horizontes.

Desde la edad de 11 años comenzaron sus travesuras, viajes, idas y regresos de su querida tierra natal.

Numerosas fueron sus aventuras: huir de casa por miedo a castigos por no cuidar bien los animales, a los 13 huir por pretender trabajar desbrozando la ruta del ferrocarril Ibarra – San Lorenzo, en donde obviamente, enfermó de paludismo y casi le cuesta la vida.

Ya de regreso a su tierra y siendo adolescente aprendió junto a su hermano Segundo a elaborar alpargatas, pero este oficio no le gustó y prefirió que le enseñara sastrería.

Muy pronto el aprendiz superó al maestro. Creativo e inconforme como era, Luis se dio a la tarea de innovar las ropas que cosía, se salía de los cánones establecidos para la época en los modelos y claro, comenzó a tener discusiones con el maestro. Viendo que no podía conciliar su carácter y sus ideas con las de su hermano, se retiró del taller.

Junto con sus amigos del alma se daba sus buenas noches de bohemia, de guitarra, canto, tragos, enamoramiento, serenatas y el baile. Pero tan gran sentido de la amistad tenía Luis, que aún no contando con la edad suficiente para la milicia, pues tenía apenas 17 años, se dio de alta para acompañar a uno de sus grandes amigos que ya debía cumplir con este deber. La primera y segunda ocasiones no lo aceptaron; insistió y esta vez fue acogido. Cumplió la conscripción en la 1ra. Compañía de Fusileros del Batallón “Vencedores”, licenciándose en 1945.

Otra vez tomó el sendero del ferrocarril y se enroló en las filas de sus trabajadores. Abandonó el trabajo de los rieles y entró a trabajar en una finca en Lita en donde permaneció por un tiempo.

De regreso a su tierra, integró el Grupo de Jóvenes Católicos, con los que organizaban presentaciones de música y los consabidos dramas de la época. En este tiempo fue cuando “Chúrchil” trabajó junto a su padre y sus hermanos Julio y Jorge como obreros de Obras Públicas en las carreteras que conducían desde y hacia Mira, tanto por el Norte como por el Sur.

El 20 de febrero de 1952, la pala mecánica en la que regresaban del sector de San Vicente de Pusir, se apagó y no pudo subir la cuesta que había pasando el puente de Huyamá y se regresó cayendo al río. Este fatal accidente cobró las vidas de su padre y su querido hermano Julio, salvándose Luis de puro milagro.

Con el dolor de tal pérdida, nuestro Chúrchil salió nuevamente de su suelo y se dirigio a la Costa, esta vez a trabajar en las plantaciones de palma africana y banano.

Cuando regresó a Mira ya trajo en su mente la creación de un circo. Pues bien, a la edad de 22 años se dio a escribir sainetes cómicos y canciones en parodia. Comenzó a leer libros de magia y a dibujar los vuelos que se podían hacer en el trapecio.

No tardó mucho tiempo cuando armó un trapecio en el patio de la casa de sus padres y dio inicio a sus prácticas personales; cuando se sintió listo, abrió las puertas de su casa para que otros jóvenes aprendieran. En un cuaderno escrito de puño y letra por Don Luis, guardado celosa y amorosamente por su hija Aída Narcisa, leemos lo siguiente:

“A poco tiempo de práctica escogí a cuatro jóvenes que demostraron actitudes de habilidad y coraje, con ellos conformé el grupo de cinco. Siguieron las prácticas.

En corto tiempo se hizo la primera presentación pública, resultando un rotundo éxito. Tuve un excelente apoyo moral de toda la ciudadanía para que siguiera de lleno en la vida circense y fue así. Emocionado por esos elogios seguí adelante. Para tener gran número de variaciones para intermediar el espectáculo para las siguientes funciones, me propuse confeccionar una marimba de chonta estilo esmeraldeño”.

Aquí cabe anotar que de los números que se presentaban en el trapecio, algunos los había visto en los circos, otros, la gran mayoría, eran de su propia invención, como el Vuelo del Cóndor, La Cruz del Pirata, La Caída del Ángel, etc. Para crearlos, primero los dibujaba esquematizándolos paso a paso, y hasta con el color de los uniformes, en un cuaderno lamentablemente hoy desaparecido.

En este y los otros grupos, Chúrchil actuaba en el trapecio como grupo y en solitario en su papel de trapecista cómico.

Para la confección de la marimba, tampoco tenía conocimientos académicos elementales de música ni de la técnica para hacerla; pero era más su deseo y poder inventivo y creador que la hizo, como él mismo dice en sus notas “fue como si estuviera dotado de Dios. La terminé de confeccionar y ya hacía música como un verdadero maestro. Luego después confeccioné una marimba de botellas, resultando un excelente número más.”

“Seguimos entonces recorriendo muchos pueblos y ciudades del Norte Ecuatoriano, con el nombre de “COMPAÑÍA MIRA”, orgullosamente llevando así el nombre de mi tierra, como la brillante estrella de mi vida. Luego de unos años, por circunstancias de la vida, el grupo se desintegró.”

Importante es recordar los nombres de los primeros valientes mireños que juntaron sus sueños con los de nuestro artista, ellos fueron: Juan José Arboleda y José Rafael Erazo.

Disuelto su primer elenco de artistas, Luis fue a trabajar como capataz en el recientemente creado Ingenio de Tababuela. Allí trabajó algunos años y encontró a la mujer que habría de convertirse en su esposa, la señora María Tarcila León.

Cuando los primeros propietarios del Ingenio Tababuela, unos empresarios alemanes, abandonaron la fábrica, Luis regresó a Mira. Veamos lo que el mismo Winston Chúrchil nos cuenta en sus escritos:

“Después de algunos años de ausencia y por petición de muchas personas del lugar, volví a organizar con otro grupo de jóvenes de igual valentía y coraje mi compañía circense a la que denominé “CIRCO MIRA”. Así en el transcurso de los años conseguimos muchas experiencias de la vida circense. Hasta tanto yo ya estaba casado con la ahora mi señora María Tarcila León, con quien tenemos cuatro hijos: una mujer y tres varones, cuyos nombres son como sigue: Aída Narcisa, Jorge Aníbal, Nelson Kellerman y Edwin Vinicio Valverde León.”

“Como todas las cosas de la vida no son nada durables, el segundo grupo volvió a desintegrarse”.

Cuando esto sucedió, otra vez salió de Mira para trabajar en la Compañía “INCA” que se hizo cargo de la apertura de la Panamericana. En esta empresa, Luis era guardián y su esposa preparaba los alimentos para los trabajadores. Aquí también se manifestó la creatividad e inventiva de Chúrchil, con sus propias manos fabricó una pistola de tubo, tosca pero funcional, que le serviría para proteger tanto la maquinaria que estaba a su cargo como su integridad física. Otra de sus facetas en este trabajo fue la de dinamitero, llegando a dominar el oficio.

Con esta empresa llegó hasta el sitio denominado Guachalá; en donde por considerar que ya su hijo Jorge Aníbal debía entrar a la escuela, renunció y se separó para regresar a su tierra. Una vez allí, trabajó por un tiempo en calidad de ayudante de topografía en Obras Públicas.

Hubo un tiempo que, aprovechando la circunstancia de que el sucre era moneda más dura que el peso colombiano y era una ventaja comprar en el vecino país por la ganancia que se obtenía, trabajó como “cacharrero”.

Después instaló una zapatería y un saloncito de comidas y bebidas. En este último es donde se reunían los bohemios de Mira para hacer y escuchar música, pues Chúrchil tenía las guitarras necesarias para sus amigos y visitantes. Era muy generoso, más bien derrochador, y conocedores de esto los pícaros clientes y amigos le brindaban algunas copas; ya mareado, no tardaba en cerrar la venta y brindar él las bebidas gratis para todos, ¡y hasta el amanecer!

Los jóvenes gustaban de su compañía porque a más de contarles las aventuras de su vida, prácticamente se convertía en un segundo padre; ayudaba a solucionar, con sus consejos, los problemas que ellos tenían en sus hogares o con sus novias y enamoradas. Nunca fue apegado al dinero ni a las posesiones materiales; hubo incluso algunas personas a las que calladamente les regalaba dinero para que se ayuden en sus apuros económicos; así era él y nadie podía cambiarlo, ni siquiera los ruegos y peleas que le hacía su esposa.

En la década del 70 al 80, la juventud masculina mireña adoptó la moda que estaba universalizada, la del pelo largo y los pantalones de basta ancha. En un pueblo pacato como era Mira en ese entonces, todo melenudo era mal visto y juzgado a la ligera como “marihuanero”. Chúrchil, que tenía la mentalidad abierta a los cambios, y quizá por darles guerra a los criticones y retardatarios, también se dejó crecer el cabello, hasta tal punto que su magnífica melena negra y ensortijada le caía más abajo de los hombros; para completar su desafío a la mentirosa moralidad de las gentes, se cosió algunos pantalones de basta ancha; no tanto como las usaban los jóvenes, pero si más anchas de las que acostumbraban las personas de su edad.

Las murmuraciones y críticas no se hicieron esperar por aquí y por allá, pero a él no le importaba nada de lo que dijeran, más bien lo tomaba con buen humor y se reía cada vez que a sus oídos llegaba algún chisme o palabreja grosera.

En verdad tenía espíritu de joven y por ello los entendía y se llevaba bien con ellos, que por esa misma circunstancia lo admiraban y querían. De ahí que se dieron en llamarlo, y a él le encantaba repetirlo, “Winston Chúrchil, el Líder de las Juventudes”.

Su casa fue siempre de puertas abiertas para todos, jamás le negó un favor a todo aquel que se lo pedía. A ella llegaban forasteros, vendedores ambulantes, artistas, etc. y jamás cobró por las atenciones que les prodigaba.

Como para entonces también había incursionado en el negocio de criar y matar cerdos para la venta de carne y manteca, su situación económica mejoró notablemente; así que para él era como una obligación ayudar a los forasteros, porque decía “yo fui uno de ellos en tierra ajena y tuve mucha gente buena que me ayudó cuando lo necesité; un plato de comida no empobrece a nadie y ¡no me jodan carajo, yo sé lo que hago!”.

Pues bien, los artistas circenses que en su casa se hospedaban, fueron despertando la curiosidad de los hijos de Luis y poco a poco, también fueron gustando de las acrobacias, la comicidad, la plasticidad de aquellos.

Cuando llegó el momento, el nuevo circo que conformó lo hizo con sus hijos. Veamos lo que él mismo nos cuenta “En esta ocasión, como ya crecieron mis hijos, formamos entonces el “CIRCO TEATRO KELLERMAN”. Los dos primeros grupos que tuve fueron de acrobacia aérea, en los que yo, además de ser Director y dueño del circo, fungía de payaso, equilibrista, trapecista, mago y músico marimbero con mis dos marimbas, y también me acostaba en la cuerda floja para, a cuatro metros de altura y sin red, entonar mis parodias cómicas con mi traje de payaso.

Ya con mis hijos fue diferente; no hacíamos trapecio, pero en cambio ellos me resultaron verdaderos artistas como pulsadores (gimnasia acrobática y formación de figuras grupales), equilibristas, cómicos, contorsionistas, cantantes y mis tres hijos varones se convirtieron también en zanqueros.”

El Circo Teatro Kellerman se vio reforzado con otra familia de artistas circenses colombianos que llegaron a Mira y se quedaron a vivir en la casa de Chúrchil. Así formado este nuevo elenco, recorrieron toda la provincia del Carchi, Imbabura, y parte de Pichincha.

Posteriormente Don Chúrchil, creó el espectáculo que él mismo denominó de Ciencia Ficción, que consistía en números de misterio como: de la nada aparecía la imagen de Nuestro Señor Jesucristo y bendecía al mundo; luego surgía una mujer que paulatinamente iba descarnando su cuerpo hasta quedar solo sus huesos, para luego volver a la vida y recobrar su belleza y lozanía. Otro de los números era la transformación sexual, en la que una mujer se iba convirtiendo en hombre, después éste iba dando paso nuevamente a la mujer, que recuperaba así su figura original. Pero el número más espectacular era la transformación de una mujer en gorila; el animal con sus chillidos y gruñidos furiosos causaba terror en los asistentes.

Pero quien le daba la emoción, la espectacularidad, el misterio, el terror, que requería esta perfomance era Chúrchil, que era el que locutaba, narraba y dirigía toda la programación.

Con esta programación Don Chúrchil tuvo mucho éxito, especialmente en los pueblitos de Imbabura, ya que en todos los lugares donde se presentó causaba admiración y respeto por la calidad de sus actos, así como le produjo varios problemas por los ruidos que emitían sus presentaciones, así también no se hacían esperar las felicitaciones de todos aquellos que tuvieron la oportunidad de ver su espectáculo, sean éstos: curas, policías, intendentes, médicos y hasta Gobernadores quienes le decían : “Maestro, este es el mejor espectáculo que he visto en toda mi vida; he viajado mucho pero jamás había visto algo así; seguramente usted es mexicano o de algún país grande. ¿Cómo así se le ocurrió venir a esta ciudad tan pequeña? ¿De dónde ha dado usted el salto?”, a lo que con la modestia que le era característica a nuestro mireño contestó: “No señor Gobernador, yo soy ecuatoriano, orgullosamente mireño y el gran salto que he dado es tan sólo de Mira acá”. ¡Más sorprendida aún la autoridad, se fundía en un gran abrazo con el artista del Balcón de Los Andes.

Por circunstancias que presenta la vida, Don Chúrchil y su familia tuvieron que dejar su Mira querido para afincarse en la ciudad de Ibarra. En esta ciudad fue bien recibido, ahí crecieron sus hijos y se dieron a conocer como grandes artistas de la música. Aquí trabajó en su zapatería y junto a un gran amigo, Cristóbal Salas, iniciaron una microempresa de calzado, con modelos creados por Chúrchil, fueron los “zapatos brasileros” que tuvieron gran demanda, especialmente entre la juventud.

Nunca dejó de practicar su música en la marimba, tanto de chonta como de botellas. Construyó también algunas marimbas en metal que él mismo cortaba y daba forma. Cumplió grandes y múltiples actuaciones en los mejores centros de diversión de Ibarra y en programas organizados con motivo de las festividades de la ciudad y de muchas de las instituciones públicas.

Realmente gozó de la admiración de quienes lo conocieron y valoraron su don de artista, pero fundamentalmente de hombre digno, inteligente, dueño de un gran sentido del humor, generoso y humanitario con todos, pero frontal cuando tenía que luchar contra las injusticias sociales. Fue por muchos años Presidente de la Asociación de Pequeños Comerciantes del Mercado Amazonas, Presidente de la Asociación Libertad, Presidente de la Unión de Organizaciones del mismo centro de acopio y gracias a sus gestiones los comerciantes minoristas alcanzaron muchos logros y adelantos, tanto sindicales, sociales, económicos y educativos. Para ello sucediera, organizaba veladas artísticas, cursos de capacitación laboral y sindical; con la finalidad de que los comerciantes dieran un mejor trato a los usuarios, les organizó algunos cursos de Relaciones Humanas y de Servicio al Cliente. También fue miembro de la Asociación de Artistas Profesionales de Imbabura, de la que incluso fue vocal.

Lamentablemente una penosa enfermedad fue minándole las fuerzas y se alejó de la vida artística y sindical. Pero incluso enfermo como estaba jamás se dejó derrotar.

Sufrió de herpes crónico en su frente; los tratamientos médicos que recibía solo eran paliativos para su dolor, ahí es cuando nuevamente surge el valiente e inventivo mireño que siempre fue; él mismo se fabricaba pomadas para el herpes; las hacía con lo que se le venía a la cabeza: con banano, con ají (porque decía que eso le quitaba la comezón), con pepinillo, vaselina, trago con alcanfor, y hasta por último se inventó una a base de formol; ¡Y lo increíble de todo es que le funcionaban sus remedios! ¡Nunca más volvió a ser atendido del herpes por médico alguno!

Disfrutaba mucho escribiendo canciones, poemas, poniendo en el papel sus ideas sobre la filosofía que tenía de la vida, su propia existencia. Tiempo habrá en que sus hijos las den a conocer con la publicación de sus escritos. Al final padeció una cruel y dolorosa enfermedad la que terminó con su vida, en la ciudad de Urcuquí, el 14 de septiembre del 2004. Pero es de decir que aún postrado como pasó sus últimos días, nunca dejó de sonreírle a la vida. Fue un padre amante y constante en sus demostraciones de amor para con sus hijos y nietos. Amigo sincero y leal, se entregaba por entero y para siempre a quienes habían ganado su confianza y cariño.

Su velorio fue una demostración inolvidable del aprecio de todos quienes lo conocían: sus hijos, sus amigos y un numeroso grupo de artistas imbabureños le rindieron tributo cantándole al hombre trabajador, al amigo fiel y leal, al artista inconfundible, al dirigente incorruptible, al bohemio enamorado de la vida a pesar de los sufrimientos que esta le causó, al hombre multifacético que hizo de su existencia un ejemplo de lucha, de caídas y de triunfos, pero siempre con la honradez y la dignidad por delante, con la frente altiva y orgullosa, al mireño noble y sincero que jamás se dejó pisotear de nadie, por más poderoso que fuera.

Sus restos descansan en el Cementerio de Caranqui, de donde luego de cinco años, y por su propia decisión, serán exhumados para ser llevados a sepultar junto a sus padres en su amada tierra, en su Mira querida.

Un año antes de su fallecimiento, Luis Valverde, el famoso “Churchil”, había escrito lo que sigue: “Y fuera de todo, como para el recuerdo, me he convertido en escritor poético. Tengo muchas canciones y poemas, algunos de ellos ya están impresos en el libro de los recuerdos. Así ha sido mi vida; llena de satisfacciones con sabor a triunfo. Ya estoy muy viejo, mi vida carga con 77 años de edad; me siento muy satisfecho de haberme desenvuelto con altura por el camino de las artes lleno de variedades. Si la suerte no me es adversa, volveré a aparecer en otras páginas para usted amigo lector, y si no ¡Pues qué caray, allá nos veremos!”.

Así fue este hombre, orgulloso de ser mireño, orgulloso de su familia, autodidacta en su preparación pues adoraba los libros de cualquier temática que fueran; cayó muchas veces pero se levantó como el Ave Fénix de sus propias cenizas para enfrentar la vida con mayor hidalguía.

Su muerte, sin lugar a la más mínima duda, dejó un vacío enorme difícil de llenar en el arte de todo el Norte Ecuatoriano.

Biografía proporcionada por el Sus hijos

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